Los miedos son fenómenos muy comunes durante la infancia y la adolescencia, presentan características evolutivas que suelen disminuir con la edad y no suelen darse de una manera azarosa, sino que poseen un significado biológico-evolutivo. Estos miedos suelen aparecer desde edades muy tempranas, cuando aún no entienden del todo el mundo que les rodea. Sin embargo, aunque suelen tener una finalidad adaptativa durante ciertos períodos del desarrollo evolutivo, también pueden, si son intensos, interferir en las actividades y desarrollo del niño y/o adolescente, aunque en menor grado que las fobias. Si el temor está generando malestar significativo y deterioro de las áreas fundamentales de la vida del niño deberemos pedir ayuda profesional.
Autores como Méndez o Pelechano, que han estudiado en profundidad este tema, explican que el miedo constituye un primitivo sistema de alarma que ayuda al niño a evitar situaciones potencialmente peligrosas. Además, puede constituir una parte importante de sus experiencias al aprender a enfrentarse satisfactoriamente a los problemas cotidianos. Es una emoción que se experimenta a lo largo de la vida, aunque las situaciones temidas varían con la edad. El desarrollo biológico, psicológico y social, propio de las diferentes etapas evolutivas (infancia, adolescencia, etc.), explica la remisión de unos miedos y la aparición de otros nuevos para adaptarse a las cambiantes demandas del medio. Es por tanto, un método de supervivencia y destacan la relación de los miedos con el desarrollo emotivo y motivacional de la persona, la necesidad y universalidad atribuida a los miedos.
¿A qué tienen miedo nuestros hijos?
Los miedos evolutivos se llaman así porque se espera que aparezcan en ciertas etapas del desarrollo de los niños. En el artículo de hoy, vamos a destacar los principales por orden cronológico:
Durante el primer año, temen a estímulos intensos o desconocidos, como ruidos fuertes, a la separación de su madre o padre y a personas desconocidas para el bebé, ajenas a su contexto.
De los dos años hasta los seis años, aparece miedo a los animales, tormentas, oscuridad donde creen ver criaturas imaginarias, como monstruos, fantasmas o seres fantásticos, a las catástrofes, al abandono, a los payasos y a la separación o divorcio de los padres. En estas edades tempranas sus capacidades de razonamiento y memoria aún no están desarrolladas para distinguir entre lo real y lo imaginario. La línea entre la realidad y la ficción es muy fina. Su gran imaginación, les juega malas pasadas. Se dejan llevar por lo que han visto en otras ocasiones que les ha dado miedo, tanto en películas como en cuentos. Esa ficción conocida les causa un miedo real.
De los seis a los doce años despuntan los miedos al daño físico, al ridículo y, más próximo a la adolescencia, a las enfermedades y accidentes, al rechazo, a la burla, al bajo rendimiento escolar, a la muerte y a las disputas entre los padres.
Desde los doce hasta los dieciocho años, predominan los miedos relativos a las relaciones interpersonales y la pérdida de la autoestima. En esta etapa del desarrollo, con la llegada de las interacciones sociales va en aumento el miedo al rechazo, a hablar en público o a hacer el ridículo.
Poco a poco y de nuestra mano.
A través del desarrollo cognitivo, avanza su capacidad para entender cómo funciona el mundo. Además, los miedos se pueden ir superando gracias al conocimiento y apoyo de los padres. La comprensión del adulto ayuda a que se sientan arropados. Gracias al aprendizaje y las experiencias, nuestros pequeños van comprendiendo e interiorizando qué situaciones o cosas son realmente peligrosas y cuáles no. Vamos con un ejemplo, si tras múltiples ocasiones en las que nuestro hijo experimenta que a pesar de quedarse dormido con la luz apagada y sólo en su habitación no aparece el hombre del saco, se produce dicho aprendizaje y el miedo cae por su propio peso.
Como padres y madres o cuidadores, nuestra tarea para que vayan resolviendo y superando sus temores implica desplegar una serie de actuaciones a nivel emocional y conductual que colaborarán a que nuestros pequeños superen adecuadamente el miedo y, sobre todo, tengan capacidad de regulación emocional y fortalezcan su autoestima. Para ello, desde la psicología se recomiendan algunos consejos:
Mantener la calma y transmitir seguridad, mostrando afecto y protección de manera verbal pero también con acciones no verbales como agacharnos y ponernos a su altura. Esto ayudará a construir un vínculo seguro.
Escuchar y procurar que expresen su emoción para después validarla, sin juzgar ni decir que no tiene sentido lo que sienten. Hay que transmitirles que es lógico que sientan miedo y que tienen la capacidad de poder enfrentar aquello que temen, reconocerlo y enfrentarlo. Es vital normalizarlo sin quitarle importancia: aunque como adultos sepamos que lo que le ocurre al niño es fruto de su edad y tiene carácter temporal, él no lo sabe, y su miedo y el sufrimiento que muestra es real.
Acompañar mientras aprenden. Nombrar la emoción y explicar que lo que siente es desagradable, pero que le prepara para enfrentarse a lo que teme. Es decir, dotar de sentido a su miedo: explicarle en qué consiste y para qué sirve. Desarrollar una narrativa respecto a aquello temido que esté a su alcance según su nivel cognitivo.
Ayudarles a encontrar recursos y fomentar conductas de autonomía de forma gradual (por ejemplo, para procurar que duerma solo podemos enseñarle que encienda la luz y respire tranquilamente, gracias a las técnicas de mindfulness que hemos aprendido). Dar oportunidades para que practiquen los recursos. Cuando nuestro hijo se exponga al temor, reforzaremos siempre sus intentos, aunque no logre mantenerse en la situación (por ejemplo, estar a oscuras).
Confianza. Es vital creer que son capaces de superar su miedo y transmitírselo, pero no a través de la presión (ej. “ya eres mayor, esto para ti no es nada”) sino de la empatía (“es difícil, pero seguro que lo vas a lograr”).
Autorrevelación y sinceridad: muchos psicólogos opinamos que los padres desvelen a sus hijos los miedos que tuvieron en su infancia constituye una herramienta muy potente, ya que el niño siente que se empatiza con él y se le comprende, al tiempo que se le envía el mensaje de que lo que le ocurre se puede superar.
De esta manera, nuestra ayuda en la gestión de los miedos puede servir como factor protector fundamental para evitar que estos temores se enquisten o se conviertan en situaciones problemáticas, favoreciendo su autoestima y autonomía, buscando soluciones juntos, ¡qué mejor manera!
Bibliografia:
- Méndez, F. X., Inglés, C. J., Hidalgo, M. D., García-Fernández, J. M., & Quiles, M. J. (2003). Los miedos en la infancia y la adolescencia: un estudio descriptivo. Revista Electrónica de Motivación y Emoción, 6(13), 150-163.
- Pelechano, V. (1981). Miedos infantiles y terapia familiar-natural. Valencia: Alfaplús.
- http://www.psicoterapeutas.com/