Ejercer violencia ya sea física o psicológica, hacia los niños y niñas como método disciplinario o con cualquier otra finalidad, representa una grave violación a sus derechos. Ser agredido por alguien a quien se ama produce fuertes y complejas emociones, tales como miedo, tristeza, resentimiento, rabia, impotencia y desamparo. En el artículo de hoy reflexionamos sobre por qué rechazar el castigo físico.
“No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana” así de contundente y claro fue el Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de la Infancia en 1990.
Fue un acontecimiento sin precedentes no solamente para Unicef sino también para el mundo y especialmente para los niños, ya que, fue la primera ocasión de la historia en que una reunión a nivel de Cumbre se celebró exclusivamente para abordar cuestiones sobre la infancia.
Además, estableció sobre los derechos del niño de Naciones Unidas algunos aspectos, como, por ejemplo: “La educación del niño deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades, así como a preparar al niño para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos.” Y precisamente, en esta misma línea continúa la última ley orgánica aprobada de protección a la infancia frente a la violencia en nuestro país.
Teniendo claros estos principios, debe quedar lejos acudir al castigo físico como forma de educar. Entonces, ¿por qué lo utilizamos de manera tan sistemática? ¿repetimos algún patrón adquirido sobre cómo hemos sido educados?
En este sentido, el único aparente beneficio de utilizar métodos violentos para que nuestro hijo o hija nos hagan caso es que logremos obediencia inmediata, pero con breve efecto y siempre con consecuencias emocionales, ya que afecta a su autoestima, confianza en uno mismo y en los demás.
Graves consecuencias
Se ha demostrado que del castigo físico el niño aprende que amor y violencia pueden ir de la mano, que el más fuerte puede ejercer el poder sobre otro para imponer su voluntad, o que la inmediatez de la fuerza es más útil a la opción del diálogo y el establecimiento de límites.
Cuando los más pequeños se crían en un vínculo de dominación y autoritarismo no les resulta fácil salir de él. Lo más probable es que cuando sean adultos se transformen en sujetos autoritarios o, por el contrario, personas sometidas, víctimas durante toda la vida. Está claro que aprenderá que los problemas deben enfrentarse con violencia y aplicará esta enseñanza en todos los ámbitos de su existencia. La violencia física o psicológica no enseña a portarse bien, sino a evitar el castigo. Por ese camino, los niños solo aprenden qué tienen que hacer para no enfadar al que castiga.
Concretamente algunas de las consecuencias del castigo físico y humillante en los niños y niñas son:
- Daña su autoestima, genera un sentimiento de poca valía y promueve expectativas negativas respecto a sí mismo. Les hace sentir rabia y ganas de alejarse de casa.
- No aprende a cooperar con las figuras de autoridad, aprende a someterse a las normas o a transgredirlas.
- Genera sentimientos de soledad, rencor, tristeza y abandono, y aumenta el riesgo de desarrollar depresión en el futuro.
- Impide la iniciativa, limita su capacidad para resolver problemas, viendo la violencia válida como forma de resolver conflictos.
- Puede sufrir daños físicos graves. Cuando alguien pega puede sobrepasarse y provocar más daño del que esperaba.
- Incorpora a su forma de ver la vida, una visión negativa de las demás personas y de la sociedad como un lugar amenazante.
Pero no solo las consecuencias son para la víctima, si nos centramos en las consecuencias del castigo físico y humillante para los progenitores que la ejercen, entre ellos destacan:
- La violencia se expande. El empleo del castigo físico aumenta la probabilidad de que los padres y las madres muestren comportamientos violentos en el futuro en otros contextos, con mayor frecuencia y más intensidad.
- Culpabilidad. El castigo físico o humillante puede producir ansiedad y culpa, incluso cuando se considera correcta la aplicación de este tipo de castigo.
- Limita e impide su comunicación con los hijos y deteriora las relaciones familiares. El castigo físico promueve modelos familiares quebrados: sin comunicación entre sus miembros, divididos entre agresores y agredidos.
- Cuando se usa el castigo físico o humillante porque se carece de recursos alternativos, aparece una necesidad de justificación ante uno mismo y ante la sociedad. Al malestar por los efectos de castigo físico en los niños se suma la incomodidad de la propia posición incoherente o no fundamentada.
- El castigo físico aumenta y legítima ante las nuevas generaciones el uso de la violencia en la sociedad.
- Genera una doble moral. Existen dos categorías de personas: los niños y las niñas y las personas adultas. A las personas adultas no se les puede agredir, a los niños y las niñas sí.
- Dificulta la protección de la niñez. Al tolerar estas prácticas, la sociedad queda deslegitimada ante los niños y las niñas como un ámbito protector.
Como hemos visto, la agresividad, la violencia o el uso de castigos físicos y humillantes generan en los niños sentimientos de inferioridad, rabia, baja empatía, así como repetición de patrones agresivos. Este tipo de castigo influye en la salud mental y la experiencia de la felicidad a largo plazo, con unas consecuencias psicológicas perjudiciales. De igual modo, está demostrado que no son eficaces en la educación, no solo es ineficaz y perjudicial para todos, sino que les aleja de la reflexión sobre lo que está bien y lo que está mal y no incorporan criterios ni principios que los orienten en la vida.
Teniendo claro que este es el objetivo y asumiendo que tu hijo o hija es una persona singular con derechos, las claves para ayudarte a protegerle, guiarle y educarle son: conócele, demuéstrale afecto, escúchale, genera un clima de confianza y diálogo desde que es pequeño. De esta manera estarás construyendo una relación basada en el respeto y la confianza mutua. Adoptarás un paradigma basado en la promoción de su dignidad y su integridad, tanto física como psicológica. Esto no evitará que surjan dificultades en tu ardua tarea como progenitor, pero la hará más sencilla y agradable, proporcionándote más momentos de felicidad y armonía para todos. Recuerda que detrás de un niño bien educado hay unos padres respetuosos, inteligentes, informados y, sobre todo, llenos de amor.
Autora: Belén Aglio, Psicóloga.
BIBLIOGRAFÍA
- González, R (2012). ¿Quién te quiere a ti? Guía para padre y madres: Cómo educar en positivo.
- Save the Children (2005). Campaña “Corregir no es pegar”
- Trenchi, , & UNICEF. (2011). ¿Mucho, poquito o nada?